CUATRO VECES

Me dirijo hacia la salida al oír por megafonía que el centro comercial está a punto de cerrar sus puertas. Miro las últimas estanterías, reparando en la gran variedad de bollería fresca que se oferta hoy.
El movimiento autómata de las cajeras está acompañado de una rara mirada hueca. Nada que objetar; eso en ellas es correcto.
Las cobradoras toman entre sus delicadas manos cada producto y lo voltean para que el sensor detecte el código de barras. No he fumado nada, pero me resulta gracioso imaginar que estoy ante una competición de titiriteras.

Salida sin compra es vecina de Caja rápida. La primera es la mía;
la segunda, la de una cabalgata de ingenuos que llega hasta el pasillo de las zapatillas. No llevo compra, y si no llevo compra significa que
la alarma de la máquina no debía haber saltado. Me detengo y espero extrañado al vigilante de turno. Busco con mis ojos qué ha sido
lo que ha causado tal error, pero nada, no doy con nada. Y el caso es que tampoco se acerca nadie para preguntarme si he robado algo.
Avanzo y veo que el hombre encargado de la seguridad del centro está en la zona de control, observando atento a través de los monitores
de las cámaras los escotes y traseros de las muchachas más simpáticas.

- O lo de éste es afición, o la rubia que le hizo la felación el otro día no abrió lo suficiente la boca... -, pienso.

Muy cerca de la salida, comienzo a sentir que algo no va bien. Al pasar por la sección de prensa, las caras de los famosos que salen en las portadas parecen avisarme de algún peligro inminente e inevitable. La atmósfera del lugar empieza a ser especialmente agobiante.

Justo en las puertas, un hombre desaseado pero comúnmente vestido se dispone a entrar. La inercia en su dirección y velocidad le obliga
a chocar conmigo. Me mira frío a lo ojos mientras me sostiene fuertemente por la cintura para evitar derribarme.

Un disparo, una caída y una alfombra de roja sangre férrea.
Y otro disparo para tambalearme y desangrarme.
Una pelea y un nuevo disparo.
Otro disparo más, unas lágrimas y unas últimas palabras a mis seres queridos.

Cuatro veces.

Hace unas noches me mataron cuatro veces.


Francisco Cesteros — Valladolid, 23 de agosto de 2010.