Me levanto del sofá de golpe cuando siento que abre la puerta del baño con violencia, golpeándola, y camina por el pasillo. Viendo que todo queda en eso, me siento de nuevo, me enciendo un cigarrillo y hago una falsa lista de la compra para hacerle creer que estoy inmerso en una tarea, para provocarlo.
- Salchichas, huevos y leche -.
No falla. Vuelve a cruzar el pasillo para rondarme.
Este juego de niños es lo último. A mí me da la risa tonta al pensarlo.
- Preservativos -.
La verdad es que no esperaba que se fuera a tomar tan mal esa palabra, y mucho menos que se desahogara con los trastos de la cocina. ¡Menuda forma de llamar la atención!
Me acerco a la cocina para ver el numerito.
- ¿Vale? -, le digo apoyado en el quicio de la puerta.
Pues no vale. Ahora le da por tirarme con odio todo lo que pilla. Me cubro como puedo, y pienso que hay gente que ha pasado por lo mismo que yo. Sé también que otros en mi lugar estarían cagados, llorando o suplicando sabe Dios a quién (quizá a Dios mismo) que acabe ya.
- ¿Quieres parar de una puta vez? -, le grito.
Yo no. De momento no tengo miedo a los fantasmas.
Francisco Cesteros — Valladolid, 12 de noviembre de 2009.