ANTAÑO (I)

Clara tenía la tez tan tersa como su propio nombre. La ropa de la muchacha guardaba la mezcla del olor a jabón puro y la plancha reciente, sobre todo en su blusa color marfil. No había mucha gente en el vagón, pero la mayoría se embobaron al verla caminar hacia su asiento,
por su belleza y atavío. Y ella, consciente de las miradas, se mantenía serena y discreta mientras avanzaba, pero en ningún caso tímida.

Al poco trecho recorrido se sintió intrigada por los viajeros que compartían su asiento: enfrente, una mujer morena de graciosas arrugas, campesina o lavandera, que comía una crujiente manzana cual ardilla, y a su derecha, un caballero firme. Clara comenzó a enredar su ondulado pelo moreno entre los dedos índice y corazón, haciendo bucles con suaves giros de muñeca. De reojo observaba al atractivo joven, y cuando creía ser descubierta por él volvía rápida la cara hacia el lado contrario, disimulando, como interesada por el paisaje de la sierra madrileña. Entendió que el joven estaba ensimismado con algo ciertamente divertido ya que sus labios dibujaban una mueca de alegría.

La anciana acentuaba la pesadez del viaje con los ruiditos de sus mordiscos y Clara le hizo saber que se sentía molesta con una mirada un tanto áspera.

- ¿Quiere una, joven? -, la mujer, con un gesto de bondad y sencillez excepcional. - Ya verá qué rica -.

Clara, sorprendida, se encogió de hombros y alargó la mano.

- Parece fresca, gracias -.

Una fuerte sacudida hizo que la bolsa de la anciana cayera al suelo y que todas las manzanas que llevaba salieran rodando precipitadamente. Las manzanas parecieron poseer vida de pronto. La de Clara saltó de su mano y se acomodó en la entrepierna del joven, que en seguida se recobró de su abstracción.

- ¡Ah, lo siento muchísimo, caballero! ¡Disculpe mi torpeza! -, muy nerviosa.

- No se preocupe, no ha sido su culpa, señorita -, sonriendo, mientras retiraba la manzana. - Tome -.

Silencio. Clara y el joven se miraban inmóviles. Él aún sonriente, ella con los ojos entrecerrados, apretando los labios.

- Puede comerla si quiere... -.

Entonces Clara se echó a reir con una escandalosa risa nerviosa, sin poder parar. Y él, después de pensar a qué venía esa reacción, se unió
a la circunstancia a carcajadas también.


Francisco Cesteros — Valladolid, 11 de mayo de 2009.