LO BUENO ENTRE COMILLAS

Una madrugada de lunes trajo el sur al norte. Y el punto de ese encuentro se dió en plena libertad, por decirlo así.
El show se reanuda, pero no para todos. El masaje era, en principio, un juego entre colegas para romper con la idea pesada de que la semana vuelve a empezar. En ese juego se integró sorpresivamente el portador de varios piercings y un tatuaje...

Con él se van mostrando graciosas intenciones en medio de una conversación incoherente por el efecto del alcohol. De pronto, se hizo evidente que ésta no era la primera conversación que mantenían aquellos brillantes ojos verdes, aunque intentasen ocultar tal hecho:

- O sea, que mañana comes con el palentino, ¿no? -, yo.
- -, él.
- ¿Y dónde tenéis pensado ir a comer? -
- Pues no lo sé, ¡pero yo sólo como carne! -
- Ah, vale, entonces te llevará a su casa... -
- Anda, anda... -

Tras nosotros se cerraron las puertas del local, y caminamos por el centro de la ciudad. Cubrimos la plaza mayor de Valladolid con nuestras risas hasta que llegó el momento de irse a casa.

Los tatuajes y piercings parecían dibujos pueriles en mi cama. Reconozco que me aproveché un poquito del peluche, pero sin llegar a abusar. Además creo que el muñeco lo quiso así, lo disfrutó, que fingió estar dormido mientras evidenciaba cómo se aceleraba el ritmo de su respiración y se estremecía.

¿Puede resultar gracioso ver a un peluche como copiloto de un taxi? Depende.

Durante dos noches mi cama durmió sola. Cuando volví a ocuparla, la sentí más fría de lo habitual. Consultándolo con la almohada, supe que mi cama se había molestado conmigo por haberla abandonado, y que me quiere en ella, pero solo. Aunque aún no hemos hablado sobre ésto, me ha perdonado; siempre lo hace.

Mientras las palomitas se rieron a carcajadas y la cobaya intentó escapar de su jaula, el recién nacido se vió obligado a seguir bajo observación en el hospital.