EL JUEGO DE LA ABSTRACCIÓN

Me miras y te acercas como de casualidad. Bromeas conmigo. Me empujas como por accidente. Te disculpas con una mirada que no corresponde a lo que expresas; sé que quieres decirme otra cosa...
Tú paras y yo sigo caminando. Buscas ayuda mientras esperas a que vuelva. Lo hago y al poco tiempo te lanzas. Hablamos. Nos damos tiempo, nos esperamos. Te observo. Te controlo. Ahora te espero yo a ti.
Somos naturales, y por ello, somos descubiertos. Insistes y trazas el plan. Me desnudas. Me acaricias y me arropas con tus brazos.
Todo esto es un juego, y yo quiero jugar contigo.

Te pones serio. Hablas sobre lo que piensas sin pensarlo mucho. Bromeo contigo y te toco. Te sorprendo. Coincidimos en que es un rincón diferente y la compañía es estupenda. Describes una idea muy interesante. Compartes. Otras conversaciones nos sorprenden.
Es atractivo hacer ver que me has rozado sin querer. Te escucho atento. Me retas. Te ríes. Y me inquieto. Te preocupas.
Nuestro diálogo no se agota. Conectamos. Bailar a tu lado me provoca. Te intrigo un poco. Entiendes todo y me respetas. Haces que me despreocupe.
Todo esto es un juego, y yo quiero jugar contigo.

Tan sólo un abrazo fue suficiente para que el aroma de su cuerpo penetrara más allá de la ropa, hasta fijarse en mi piel. Dicen que la esencia perdura durante unos días. Y sí, es cierto; al igual que la camisa, yo también mantuve su olor.

Cambian las fragancias, varían las impresiones y los efectos, pero siempre ocurre lo mismo: la sensación turba.

"¡Vaya, ya he vuelto a quedarme pillao'!", pienso. Regreso a mí suspirando, y digo:

- A veces es mejor no pensar... -.

- Sí, sé lo que te pasa... Mejor no lo pienses -, dice alguien que está a mi lado, observándome.


Francisco Cesteros — Valladolid, 9 de enero de 2008.