¡SÓLO SOY UN SALTAMONTES!

Llevaba tiempo queriendo empezar de nuevo, lo había pensado muchas veces, pero o no me atrevía o me frenaban otras cosas. Esta vez, gracias a la brisa, fresca y agradable, pegué el gran salto y me alejé para siempre de todo aquello... Establecí paradas breves para relajar
mis alas membranosas, que acabaron casi destrozadas, y descansar yo.

En la casa del pueblo donde entré, las cortinas bailaban la melodía del aire. Me situé en una esquina, desplomado en el suelo.
Observé que era una habitación muy acogedora, con una cama enorme y varios muebles. Poco después oí una vocecilla que dijo:

- Hola, señor -, una araña diminuta.

- Hola, pequeñaja -, yo.

- ¿Cómo se llama usted? -.

- Saltamontes -, respondí.

- Yo me llamo Emma -.

- ¡Emma! ¿Dónde te has metido? -, una voz paternal fuerte y preocupada.

- Tengo que irme... ¡Ya voy, papá...! Adiós, señor Saltamontes -, mientras se giraba.

- Adiós, pequeñaja -.

Lo cierto es que me pareció una araña preciosa, entrañable; inocente.

Luego, con el alivio de la pausa, abandoné la casa. El sol quemaba cada vez más, no lo soportaba. Mis patas posteriores eran fuertes, sin embargo, el viaje comenzaba a pasar factura. Aguanté como un titán. Después, calculé que este segundo trecho había sido mucho mayor
que el anterior.

Para evitar morir achicharrado, me colé en otra casa, en la cocina. La atmósfera que presentaba hizo abrir mi apetito y olvidar el agotamiento. Un par de moscas devoraban un plato con sobras de tarta de fresas artesanal. Me acerqué a ellas, pero estaban tan inmersas en su manjar que no se dieron cuenta de mi presencia. Tuve que interrumpirlas...

- Hola, buenas tardes -, dije.

- Hola. Si quiere comer, hágalo, ¡hay para todos! Yo soy Sonia, y ella es Sofía -, respondió una de ellas.

Debió ver reflejado en mis prominentes ojos que estaba hambriento, ya que no apartaba la vista de lo dulce. Mientras, una especie de sombra nos tapaba:

- Encantado, yo soy un saltamontes. Y gracias -.

- Igualmente -, las dos al mismo tiempo.

- ¿Un saltamontes? ¿No me diga? No me había dado cuenta... -, Sonia, con ironía.

- Pero te llamarás de algún de modo, ¿no? -, levantando la cabeza, Sofía.

- Saltamontes -, respondí.

- ¡Qué raro eres, tío! -, Sofía.

- Nosotras somos hermanas. ¿Tiene usted familia? -, Sonia.

- No... -.

- ¡Pero qué raro eres! -, Sofía, con nata en la trompa.

- ¡¡Cuidado!! -, gritó Sonia.

¡¡¡Zas!!! Un matamoscas aplastó a Sofía. Sonia iba de un lado a otro llorando y gritando por su hermana. Fue una niña, una niña perversa que nos miraba con furia, apretando con fuerza sus dientes. Yo salté con intención de salvar la vida, pero los nervios me impidieron ir más allá, y me atrapó dentro de un vaso de cristal.
La niña puso una sonrisa cruel y metió violentamente la mano en el bolsillo de su pantalón. La sacó y comprobó que el mechero funcionaba
a la perfección.

- ¡¡Nooooooo!! ¡Sólo soy un saltamontes! -.


Francisco Cesteros — Valladolid, 2 de agosto de 2007.