EL CUMPLEAÑOS DE CRISTÓBAL DE MIGUEL

A su lado está su mujer, Miranda Vera. Rodean la mesa los invitados.
Las conversaciones de unos y otros chocan como el sonido de las copas y el resto de la cubertería. Un comedor enorme, clásico, y muy
bien acondicionado para la ocasión: globos de colores pastel dispuestos en hileras abrazan las columnas al estilo de una hiedra, telas
finas, pinturas de temas amables, bellas alfombras, candelabros con sus correspondientes velas encendidas...
Pulcritud, aunque no tan absoluta como al inicio de la celebración.

Todo había salido a pedir de boca. Risas, chistes, bromas de buen gusto, y un momento para el recuerdo de las anécdotas del pasado.
Había sido una velada fantástica. Las amistades van despidiéndose poco a poco y se marchan. Él da por finalizada la fiesta. Minutos
después, Cristóbal y Miranda se hallan solos en la sala. Guardan los regalos en el coche, y después, ambos agradecen a los organizadores
del cumpleaños la profesionalidad y atención de su plantilla. Ella sola no hubiese podido montar todo aquello; esta vez quería algo especial
para su marido.

Abandonan el lugar. La lluvia cae con fuerza sobre el automóvil. Miranda abraza su vientre. Cristóbal detecta la tensión de su mujer.
Gira la cabeza y la observa rápido. Devuelve su atención a la carretera. Miranda tiene la mirada inquieta. El sabor de la tarta
y del café está bailando todavía dentro de sus bocas. Lo más dulce llegaría ahora.

- ¿Has disfrutado? - Le pregunta ella.

- Mucho, gracias - responde él.

- ¿Y los regalos? -

- Son estupendos -.

Un breve silencio.

- ¿Tú estás bien? - suave, él.

- Sí, muy bien -. Miranda ríe. - Tengo un regalo más, aquí, para ti -.

Cristóbal mira sorprendido a su mujer y la descubre acariciándose el vientre. Un frenazo mayúsculo.

- ¿Sí? - Él.

- ¡Sí! - Ella.

Después de tantos intentos ocurrió. El destino se había estado oponiendo hasta ese día. El dinero de la pareja, que era mucho, no ayudó
en la lucha.

- Con el reloj era suficiente... - bromea él.

Ríen, se besan y se abrazan, y retoman el camino de vuelta a casa.
Queda algo más por celebrar hoy...


Francisco Cesteros — Valladolid, 10 de diciembre de 2006.